El 15 de agosto, la Iglesia celebra el acontecimiento de que María, la Madre de Dios, fue asunta (llevada) al Cielo al final de su vida terrena.
El Catecismo (CIC 974) nos enseña: “La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de todos los miembros de su cuerpo”.
¿Qué sucedió en la Asunción de María?
El Catecismo (CIC 966) afirma: “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los señores y vencedor del pecado y de la muerte” (LG 59; cf. Pío XII, Const. apo. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos:
«En el parto te conservaste Virgen, en tu tránsito no desamparaste al mundo, oh Madre de Dios. Alcanzaste la fuente de la Vida porque concebiste al Dios viviente, y con tu intercesión salvas de la muerte nuestras almas (Tropario en el día de la Dormición de la Bienaventurada Virgen María).
¿Murió la Virgen María?
La proclamación del dogma de la Asunción no incluye este aspecto. Sin embargo, el Papa brinda un recuento de la tradición litúrgica y teológica que afirma que la Virgen María, a ejemplo de su Hijo, murió, fue preservada incorrupta y luego fue elevada por Dios de entre los muertos.
En su encíclica Munificentissimus Deus, en su número 20, el Papa Pío XII afirma: “… los Santos Padres y los grandes doctores, en las homilías y en los discursos dirigidos al pueblo con ocasión de esta fiesta, no recibieron de ella como de primera fuente la doctrina, sino que hablaron de ésta como de cosa conocida y admitida por los fieles; la aclararon mejor; precisaron y profundizaron su sentido y objeto, declarando especialmente lo que con frecuencia los libros litúrgicos habían sólo fugazmente indicado; es decir, que el objeto de la fiesta no era solamente la incorrupción del cuerpo muerto de la bienaventurada Virgen María, sino también su triunfo sobre la muerte y su celestial glorificación a semejanza de su Unigénito.”
Las Iglesias orientales, católica y ortodoxa, se refieren a este suceso como la Dormición de María o su descanso en Cristo, tomando una expresión para referirse a la muerte que utiliza el Nuevo Testamento.
¿Los católicos adoramos a María?
No, solamente adoramos al Dios Trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo. De hecho, sería pecado adorar a María. Los teólogos llaman latría a la adoración divina, la que se debe solo a Dios.
Sin embargo, la palabra adorar, en varios idiomas, puede prestarse a confusión. En Gran Bretaña, por ejemplo, para referirse a personajes importantes, se usa la palabra worship (adorar) con el significado de reverenciar u honrar a esa persona debido a la dignidad de su cargo. David honró a Saúl de esa forma, por ejemplo, porque Dios lo había hecho rey de Israel. Esa adoración es derivada, tiene origen en el Padre, como enseña San Pablo (Ef 3,14-15), análoga a la que el Decálogo manda tener hacia los padres (Dt 5,16).
Lamentablemente, hay idiomas en que no se registran palabras de la sutileza que aporta el latín, idioma que usa la Iglesia. El término teológico de la Iglesia es dulía, derivado de la palabra latina que se refiere a ceremonia. Es la reverencia y el respeto que se debe a todos los siervos fieles de Dios (Mt 24,21-23), a los ángeles y los santos que Dios mismo honra con coronas de gloria (Prov 16,31; 1 Tim 4,8; 1 Pe 5,4; Ap 4,4). Los honramos y nos unimos a ellos en la honra a Dios, fuente de toda santidad (Ap. 4,9-11).
Sin embargo, María no es una entre los demás santos. Ella es la Theotokos, la que dio a luz a Dios, la Madre de Dios (Lc 1,43; Concilio de Éfeso, “Contra Nestorio”). Ella es la verdadera Arca de la Alianza que llevó la Palabra misma, el Pan del Cielo, el Buen Pastor (Heb 9,3-5; Ap 11,19-12,1). El Arcángel la llamó la “llena de gracia” (Lc 1,28) e Isabel, movida por el Espíritu Santo, la llamó “bendita entre las mujeres” (Lc 1,42).
Por todas esas razones y más aún, la Iglesia rinde a María un honor superior al que se les da a santos y ángeles, llamado hiperdulía, o el mayor honor. Pero no es adoración, latría, que hacemos solamente al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Completa información en:
La Asunción de la Virgen María a los cielos