22 de septiembre de 2024. Mc 9, 30-37: “El Hijo del hombre va a ser entregado. Quien quiera ser el primero, que sea el servidor de todos“.
Evangelio
Cuando Jesús y sus discípulos pasaron por Galilea, Jesús no quiso que nadie lo supiera, porque les estaba enseñando. Les decía: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y le matarán, pero tres días después resucitará.
Ellos no entendían estas palabras, pero tenían miedo de hacerle preguntas. Llegaron a la ciudad de Capernaum y, estando ya en casa, Jesús les preguntó: ¿Qué veníais discutiendo por el camino? Pero permanecieron callados, porque en el camino habían discutido sobre quien de ellos era el más importante. Entonces Jesús se sentó, llamó a los doce y les dijo: El que quiera ser el primero, deberá ser el último de todos y servir a todos. Luego puso un niño en medio de ellos, y tomándolo en brazos les dijo: El que recibe en mi nombre a un niño como éste, a mí me recibe; y el que a mí recibe, no sólo me recibe a mí, sino también a aquel que me envío.
Homilía
Todas las salas del aeropuerto estaban repletas de fans. En el vuelo llegaba uno de los cantantes que están de moda y todos se disputaban un espacio para poderlo ver de cerca y tocarlo… En el mismo avión viene un anciano misionero que regresa enfermo después de casi cincuenta años de trabajos y sacrificios por los demás… Al misionero sólo lo están esperando dos hermanos mayores tan enfermos como él… Ya saben ustedes que entregar la vida por los demás no despierta en la mayoría de las personas ningún entusiasmo.
El Evangelio de hoy nos propone para la reflexión dos temas muy importantes en la vida cristiana: la humildad y el servicio.
Jesús aparece dialogando con sus discípulos que no terminan de entender lo que les está diciendo sobre el Hijo del hombre. No entienden y tienen miedo de preguntar. Ellos pensaban en el reino del que Jesús les hablaba en términos puramente humanos. El Señor toma la iniciativa y les contesta sobre sus preocupaciones.
La primera respuesta que Cristo da se refiere a la humildad.
A lo largo de los siglos se ha ido quizá desfigurando la realidad de lo que significa ser humilde; así se llamaba humilde al acomplejado, al que no tiene carácter, al que no termina de aclararse interiormente, y se hacía referencia contraponiéndolo al que tenía su forma de ser y de pensar propias. Santa Teresa de Jesús decía que la “humildad es la verdad”, o sea, ser humilde es reconocernos ante Dios, ante nosotros mismos y ante los demás, tal cual somos, con nuestras tragedias y miserias, con nuestros carismas y cualidades. ¿Quién puede dudar que san Pedro y san Pablo, personalidades más que fuertes, eran personas humildes? Ciertamente lo eran porque se pusieron ante Dios tal y como eran y Dios les dio la respuesta a sus vidas, transformándolos desde dentro.
Aquellos discípulos estaban programando su futuro ambicionando grandes puestos en ese reino que Jesús traía, pero ahora el Maestro les plantea otro tipo de ambición. En lugar de la ambición de que nos lo hagan todo les expone la ambición de hacer cosas para los demás. Lo que deseaban los discípulos, en lugar de ser un medio para ganar preferencia en su reino, sólo servía para que este reino no llegara.
El mundo que nos ha tocado vivir no es un lugar donde se defienda la humildad; yo diría que todo lo contrario, de ahí uno de los choques permanentes con este tipo de sociedad donde los más débiles y los más humildes son marginados. Los cristianos tenemos que ser en el mundo de hoy los mejores defensores de los más débiles e indefensos, no creyéndonos salvadores de nadie sino intentando que todos conozcan de verdad al único Salvador.
Los creyentes en Jesús estamos llamados a ser humildes para servir. Cuando los cristianos hablamos de “opción preferencial por los pobres” no estamos haciendo literatura barata, sino estamos constatando la presencia del Señor en los más débiles y desposeídos.
La segunda llamada que Jesús nos hace es al servicio a los demás. Un servicio desinteresado a los otros, en especial a los más débiles y pobres de nuestro mundo. Tenemos que aprender a despegarnos de nuestros egoísmos y pequeñas apetencias, para comprender el misterio de Cristo. Los discípulos querían el prestigio, el reconocimiento humano y el hacer carrera, no el servicio a los demás.
Alguno podrá decir con cierta razón que “la gente no se merece nada…” “… total… para lo que te van a agradecer…” Y puede que estas afirmaciones encierren algo de verdad, pero el cristiano sabe qué hace y por qué lo hace, y en este hacer descubre la voluntad y el amor de Dios en su vida.
El reino de Dios es un reino de servidores de los demás. ¡Cuántas veces en nuestras comunidades vemos hermanos y hermanas que van buscando reconocimiento humano a su tarea! Quedan frustrados al darse cuenta que el gastar la vida por los otros no es el reconocimiento humano sino la hondura divina lo que tendrá por recompensa.
La Iglesia no debe parecerse a las estructuras civiles, si lo hace alejará el modelo de Cristo de su ser comunidad convocada y convocante de Jesús. Ciertamente en la Iglesia tendrá que haber una autoridad y una organización, pero el comportamiento tendrá que ser muy diferente a la autoridad profana. En el mundo de la fe la autoridad es servicio.
Servir para ser el más grande, ese es uno de los mensajes más importantes que nos dejó Jesús. Su ejemplo fue más allá, Él no hizo solamente obras buenas sino que se entregó a sí mismo en el mayor acto de servicio a los demás, y en su entrega alcanzamos la salvación.
Humildad y servicio, dos aspectos del amor al que Dios nos invita. Entender vivencialmente estas dos propuestas significa que tenemos que tener otra mirada al mundo y a nosotros. El mundo no puede cambiar al cristiano. Sólo Cristo es quien te puede transformar. ¿Qué ganarás con ello? No muchas cosas materiales, ni prestigio, ni poder ni dinero, sólo al final, en el último aeropuerto de tu vida, estarán esperándote dos hermanos mayores… y Dios… lo demás no tendrá casi ninguna importancia…
PARA REFLEXIONAR:
- ¿Qué es para ti ser humilde? Explica cómo debe ser una persona humilde según Jesús.
- ¿Sirves desinteresadamente a los demás? ¿Cómo?
- ¿Sientes con frecuencia la necesidad de que reconozcan tu trabajo evangélico?
- ¿Tiene sentido cristiano el hacer las cosas esperando alguna recompensa? ¿Cuál debe ser la recompensa del cristiano?
- ¿Se puede sentir envidia de los otros y ser cristiano? ¿Cómo superar la envidia?
© 2003. Mario Santana Bueno