Domingo, 29 de septiembre de 2024. Mc 9,38-43. 45.47-48: “El que no está contra nosotros está a favor nuestro. Si tu mano te hace pecar, córtatela.”
Evangelio
El apóstol Juan le dijo a Jesús: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu nombre; pero se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros.
Jesús contestó: “No se lo prohibáis, porque nadie que haga un milagro en mi nombre podrá luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros, está a nuestro favor. El que os dé aunque sólo sea un vaso de agua por ser vosotros de Cristo, os aseguro que tendrá su recompensa.
“Al que haga caer en pecado a uno de estos pequeños que creen en mí, mejor le sería que le echaran al mar con una gran piedra de molino atada al cuello. si tu mano te hace caer en pecado, córtala; mejor te es entrar manco en la vida, que con las dos manos ir a parar al infierno. Y si tu ojo te hace caer en pecado, sácalo; mejor te es entrar con un solo ojo en el reino de Dios, que con los dos ojos ser arrojado al infierno, donde los gusanos no mueren y el fuego no se apaga.”
Homilía
Cuando terminó el Concilio Vaticano II yo era un niño. En mi adolescencia vi como dentro de la propia Iglesia se forjaron dos bandos bien claros: los llamados “tradicionalistas” y los “progresistas”. Gracias a Dios nunca caí en ese juego de clubes internos dentro de la Iglesia. Siempre he pensado que quien de verdad busca a Dios, tarde o temprano se encuentra por los caminos de la vida con otros buscadores, que empezaron sus rutas por otras sendas totalmente distintas a las mías. El Señor siempre es punto de encuentro, nunca de separación de las personas buenas, vengan de donde vengan y sean de donde sean.
La escena de hoy presenta a un hombre que expulsaba demonios, pero no formaba parte del grupo de los discípulos de Jesús. No “era de los nuestros”. Un ejemplo de sectarismo que se da con bastante frecuencia en los grupos humanos. Siempre me han resultado curioso los fundamentalismos, los radicalismos y las opciones preferenciales… Es como si en mi vida no tuviese nada más que existir sino eso: lo que yo creo que debe ser.
Víctima de mi juventud, yo era de aquellos que exigía a los demás la radicalidad que yo quería para mí, (saben ustedes que a los inmaduros en la fe les preocupa mucho la radicalidad que tienen que tener los demás…). Yo me exigía y exigía a los demás radicalidad en la entrega, en el servicio, en el compromiso… Todo esto me supuso una lucha constante, que en lugar de traerme paz interior me traía, si cabe, mayor desasosiego. Uno de los mayores descubrimientos en mi vida fue el saber existencialmente que en lo único que debía de verdad ser radical era en el amor. Desde que vivo intentando ser radical en el amor, mis obras son más humanas, más justas y más cristianas.
El nombre que le hemos dado a nuestra Iglesia “católica”, o sea, “universal”, es para mí la constatación de este hermoso Evangelio de hoy. Somos católicos en la medida que no nos encerramos en nuestros grupos; cuando somos capaces de ver que Dios está en los corazones de los seres humanos sean quienes sean, vengan de donde vengan. Puede ser que seamos muy ligeros a la hora de juzgar a los otros. No somos competentes para juzgar sin más, quién es del Señor y quien no.
Jesús no prohíbe a aquel hombre que siga haciendo el bien. El que es bueno, y en lo que es bueno, no debe ser impedido de hacer el bien que hace, aunque nos parezca hallar algún defecto y alguna irregularidad en la manera de hacerlo. No dificultemos la tarea de quien hace el bien, aunque no sea “de los nuestros”. Una de las cualidades que me parece que tiene que tener un verdadero seguidor de Jesús es la libertad de corazón. Tener un corazón libre es saber que incluso los que no están con nosotros en nuestra Iglesia pueden hacer cosas de Dios. Los escribas y fariseos hablaban mal de Jesús. El que utiliza su nombre es de suponer que no hable mal de Él. Los que luchan contra el mal desde el amor, están con Dios, aunque no sean de nuestra Iglesia.
Puede que alguno se escandalice de lo que digo y yo me pregunto si detrás de tanta “radicalidad” no se esconden muchas veces inmadurez, necesidad de seguridad y de pertenencia, obsesiones, traumas, rupturas internas… Reconocer a Dios en el otro supone la separación interior de un corazón lleno de miserias humanas y vivir en la libertad del Espíritu. A esas personas de fácil escandalización yo les diría que ser cristianos no es ser y vivir como él cree. Hay muchos senderos para llegar a Dios pero un sólo camino: el amor.
Un segundo momento del Evangelio nos recuerda el cuidado que debemos de tener para no caer en el mal. Nos quejamos porque decimos que los demás son los que nos hacen sufrir, nos hacen pecar, etc. En la verdad que puede haber en esta afirmación, Jesús nos enfrenta con nosotros mismos. Usa la comparación de los miembros del cuerpo. El cuerpo es lo más íntimo que tenemos, es el lugar desde donde salen las acciones. No es el pecado que viene de fuera el que preocupa a Jesús, es el pecado que nace de dentro, de nuestro interior, de nosotros mismos. En otras palabras: seguir a Cristo sin pecado significa abandonar lo malo que sale de nosotros mismos.
Puede ser que abandonar el pecado para seguir a Cristo nos deje como mutilados, como que nos falta algo en nuestra vida, tanto es la esclavitud de quien nos somete; pero es mayor la libertad de quien nos libera. O matamos al pecado en nosotros o el pecado nos mata. Tenemos que mutilar lo que nos esclaviza.
¿Cuáles son nuestras esclavitudes?
Cada uno tiene las suyas. Ya otras veces les he comentado que el cielo sólo es uno, pero los infiernos son muchos, cada uno tiene los suyos. Para alguien el infierno puede estar en sus cobardías y complejos, en su inmadurez y en su sexualidad, en sus envidias y rencores… Cada uno tiene que mirarse a sí mismo y pedir la auténtica conversión que nace de un corazón bueno.
Lo más triste de un creyente es que se conforme en la situación de pecado y no anhele la superación de sus defectos espirituales para entregarse todo a Cristo.
El Vaticano II nos recuerda que Dios no es el privilegio de unos pocos. Todos los seres humanos, no sólo los cristianos, en forma que Dios sólo conoce, participan en el misterio pascual de Cristo. Cuando aparece el egoísmo de grupo, que reclaman para sí solos el poder de Jesús en herencia, Jesús y con Él nuestra propia Iglesia, rechaza tal planteamiento. El Espíritu Santo no queda prisionero en grupos o instituciones sino que es infinitamente libre para llegar al corazón de cada ser humano y anidar en él.
Manténte alerta; donde menos lo pienses y con quien menos creas puedes tener un encuentro con Jesús.
PARA REFLEXIONAR:
- ¿Eres radical en algo? ¿Por qué?
- ¿Puede una persona ser un auténtico creyente en el Señor teniendo desequilibrios personales? ¿Cómo?
- ¿En quiénes está el Señor presente? ¿De qué manera?
- ¿El ser tolerante es un fruto del Espíritu Santo?
- ¿En qué tentaciones o pecados institucionales podemos caer los católicos? ¿Qué debemos hacer para no caer en ellos?
© 2003 Mario Santana Bueno