Meditación: Dios en la vida

Antiguamente los anacoretas buscaban a Dios en el desierto, o en la soledad de las ruinas. Hoy día los hombres no tenemos tiempo ni humor para esto.
Pero Dios no sólo sale al encuentro de los solitarios, sino de los ocupados. El trabajo de la vida y en bien de los demás no puede ser un obstáculo para acercarse a Dios.
En nuestras calles ruidosas, y entre el tumulto de los carros y los peatones, también está Dios, en mil rostros humanos que nos miran…
Dios eterno, te damos gracias porque te podemos hallar en el mundo, y no ya sobre las nubes. Te podemos amar y adorar en estas personas que nos rodean.
Sabemos que ni siquiera hay que ir a una iglesia para hallarte. Queremos escuchar tu llamada por la calle, en cartel luminoso, en el cine, en esta reunión de amigos.
Enséñanos a orar, no sólo con la Biblia en la mano, sino también leyendo el periódico; en él hallamos la historia de tu pueblo y de tus miembros, tu dolor, tu encarnación que continúa.
Jesucristo, líbranos del culto a las fórmulas; que comprendamos que lo esencial es encontrarte, y que los medios son lo de menos. No queremos unas estructuras que satisfagan nuestra rutina, y ya no nos lleven a Ti, Dios de la intimidad y del amor sin palabras.
El mundo está lejos de Ti, ¿no será que te han presentado como un Bautista hirsuto? Cuántas veces se ha empujado a las multitudes hacia el desierto, como si Tú sólo fueses accesible allá.
Enséñanos a hallarte en las personas. Tú nos has dicho que lo que hacemos a los demás lo hacemos a Ti. Lo hemos olvidado; y ahora, parece que las personas nos estorban para llegar hasta Ti. Como cátaros te buscamos en soberbia soledad. Ábrenos los ojos para irte encontrando en cada rostro, para comulgarte cada vez que estrechamos una mano o sonreímos.

Luis Espinal, sj.
© Cristianisme i Justícia

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