El valor de la penitencia para nuestro tiempo
El ayuno y la abstinencia -junto a la oración, a la limosna y las demás obras de caridad pertenecen, desde siempre, a la vida ya la práctica penitencial de la Iglesia: responden, en efecto, a la necesidad permanente del cristiano de conversión al Reino de Dios, de petición de perdón por los pecados, de imploración de la ayuda divina, de acción de gracias y de alabanza al Padre.
En la penitencia está implicado el hombre en su totalidad de cuerpo y de espíritu: el hombre que tiene un cuerpo necesitado de alimento y de descanso y el hombre que piensa, proyecta y reza; el hombre que se apropia y se nutre de las cosas y el hombre que hace don de las mismas; el hombre que tiende a la posesión y al goce de los bienes y el hombre que advierte la exigencia de solidaridad que lo vincula a todos los demás hombres. Ayuno y abstinencia no son formas de desprecio del cuerpo, sino instrumentos para fortalecer el espíritu, haciéndolo capaz, de exaltar con el sincero don de sí mismo, la misma corporeidad de la persona.
Pero para que el ayuno y la abstinencia vuelvan a tener el verdadero significado de la practica penitencial de la Iglesia deben tener un espíritu auténticamente religioso, mejor dicho, cristiano, Nos apremia, por lo tanto, volver a proponer el significado del ayuno y la abstinencia según el ejemplo y la enseñanza de Jesús y según la experiencia espiritual de la comunidad cristiana. Para ello es necesario redescubrir su identidad originaria y su auténtico espíritu a la luz de la palabra de Dios y de la viva tradición de la Iglesia. Se deben precisar, además, sus modalidades expresivas referentes a las condiciones de vida de nuestro tiempo.